El mundo es un lugar cada vez más digital. El salto hacia la digitalización ha sido enorme, especialmente en los últimos tiempos. La demanda de Internet aumenta exponencialmente cada año, y con ello, se va transformando nuestra manera de interactuar en un sin fin de entornos de la vida, desde el ámbito profesional al personal, pasando por el burocrático y administrativo.
A medida que la tecnología se va filtrando a cada vez más procesos y tareas, más peso se pone en los servidores informáticos que sostienen esas tecnologías. Para que los servicios digitales funcionen es necesario que existan gigantescos centros de datos que abarcan extensiones de terreno cada vez más grandes, y que están repartidos por zonas del planeta cada vez más amplias. Esos centros de datos —además de espacio— consumen energía. Y a medida que la demanda los estos servicios digitales va creciendo, más espacio físico y más energía se necesita para alimentar esos centros de datos. En otras palabras, los servicios en la nube, a pesar de su grácil denominación, realmente no ocurre en un lugar tan etéreo; tiene un sustento físico y unas necesidades muy pero que muy terrenales.
A medida que los servicios digitales relacionados con la gestión de datos, la automatización de procesos o los canales de comunicación interna y externa se disparan, explota también la inversión en las infraestructuras y las herramientas que sirven para hacer un mejor uso de este tipo de servicios. La utilización de la nube para funciones de almacenamiento y sostenimiento de todo este tipo de servicios es imparable. Esto hace que la dependencia de cada vez más empresas y usuarios por la nube sea cada vez mayor. Y sabiendo que el aumento de la demanda de estos servicios genera mayores necesidades energéticas en los servidores de datos, surge la siguiente pregunta: ¿qué pasa con los servicios digitales de los que dependemos si la demanda energética no es capaz de cubrirse a causa del contexto de incertidumbre eléctrica hacia el que nos encaminamos en la actualidad? Existe un creciente temor en usuarios y empresas sobre los problemas que podrían generar cortes eléctricos y cortes de internet en sus actividades diarias, hasta el punto que comienzan a florecer conceptos como kits de supervivencia digital como nos describe ExpressVPN.
La primera conclusión que se puede sacar del mero hecho de que esté surgiendo esta pregunta es que la incertidumbre suele traer un ambiente de mayor cautela. El aumento de la incertidumbre energética y los riesgos de apagones han puesto de manifiesto la necesidad de elaborar planes de contingencia que permitan salvaguardar los aspectos esenciales de un proyecto o un negocio, y muchas empresas ya han empezado a ponerse manos a la obra con ello. Esto no significa necesariamente que se dejen de utilizar los servicios en la nube (de hecho, esa tendencia no es probable), pero sí parece que algunas empresas empiezan a apostar por soluciones híbridas que no pongan todos sus huevos en la misma cesta.
En cualquiera de los casos, hay que anotar que, aunque sea obvio e inevitable que el crecimiento de la demanda de internet y los servicios digitales vayan a aumentar considerablemente las necesidades energéticas de los servidores digitales, muchos expertos aseguran que la transición hacia los entornos cloud supone, en general, un ahorro del consumo energético, tanto para las empresas como para el sistema en general (al menos por ahora).
Esto hace que, en muchos casos, la migración a servicios en la nube pueda suponer una reducción de la huella de carbono y un paso adelante en el consumo responsable. Mejorando la eficiencia de los servicios informáticos y las infraestructuras de almacenamiento de datos, y apostando por energías renovables para el suministro de los centros que alojan los servidores informáticos, estaremos dando pasos adicionales en lograr un modelo que permita operar de manera más sostenible, eficaz y segura.
